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Daniela Gonzalez

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Del amor y otros demonios, escrita por Gabriel García Márquez, dirigida por Hilda Hidalgo

03.11.2010 15:29

“Un perro cenizo con un lucero en la frente irrumpió en los vericuetos del mercado el primer domingo de diciembre, revolcó mesas de fritangas, desbarató tenderetes de indios y toldos de lotería, y de paso mordió a cuatro personas que se le atravesaron en el camino. Tres eran esclavos negros. La otra fue Sierva María de todos los Ángeles, hija única del de Casalduero, que había ido con una sirvienta mulata a comprar una ristra de cascabeles para la fiesta de sus doce años”.

Con esas palabras inicia Gabriel García Márquez su libro Del amor y otros demonios, obra en que se inspira la película homónima, proyectada a partir de hoy en las salas costarricenses.

La particularidad de la ocasión ―además de aquella de ver en la pantalla plateada una adaptación de una obra del insigne escritor― es el hecho de que detrás del filme se encuentra el trabajo de la directora y guionista costarricense Hilda Hidalgo. Ella, junto a la también tica Laura Pacheco (productora junto a Hidalgo de la cinta, con la empresa Alicia Films), así como la música de Fidel Gamboa y otros costarricenses detrás del producto final, nos traen la producción nacional más ambiciosa y lograda de nuestra incipiente industria cinematográfica.

UNA TRAVESURA DE ENSUEÑO
En algún momento, Hilda Hidalgo se refirió al hecho de llevar al cine la novela Del amor y otros demonios como “la posibilidad de hacer una travesura maravillosa”. Y si esa travesura tiene además la venia del propio García Márquez, quien concedió a Hidalgo los derechos de su novela tras una conversación afortunada, el tema adquiere carices más amplios.

Recordemos cómo surgió todo. Durante una charla que García Márquez diera en la Escuela Internacional de Cine y TV de la Habana, Hidalgo le comentó que sentía que Del amor y otros demonios era su obra más cinematográfica. La respuesta de Gabo fue sencilla: “¿Le gustaría llevarla al cine?”, dijo, y tras la respuesta afirmativa de Hidalgo, García Márquez simplemente le dijo: “Pues hágala”. Y así, elegida por el destino y por Gabo, y tras cinco años de intenso trabajo, Del amor y otros demonios está finalmente en las salas de Costa Rica, tras ser estrenada en el Festival Internacional de Cine de Pusán, en Corea, a finales de 2009, el Festival de cine de Cartagena de Indias a inicios de este año y en el resto de Colombia hace apenas un par de semanas.

LA TRAMA
La trama de Del amor y otros demonios la conocen todos los admiradores del escritor colombiana Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura en 1982. Eso sí, de acá en adelante revelaré parte de la historia, por aquello de que prefieran verla antes de leer esta nota.

En pleno siglo XVIII, en Cartagena de Indias, una niña, Sierva María de todos los Ángeles, hija única del marqués de Casalduero, es mordida por un perro rabioso. Son los años de la inquisición y la esclavitud (hermanas ambas) y Sierva María, quien ha sido criada con los esclavos negros de su padre, es una niña que se comporta como ellos, conoce sus lenguas, baila su música, come sus comidas. Muy pronto, el suceso con el perro rabioso llega a oídos del obispo, quien al creerla endemoniada convence al padre de que la envía a un monasterio para ser sanada. ‘Por fortuna’, concluyó, ‘aunque el cuerpo de tu niña sea irrecuperable, Dios nos ha dado los medios de salvar su alma’ (…). Así, lapidariamente, la vida de Sierva María, y su mundo, cambia para siempre. Recluida en el convento, recibe la visita del padre Cayetano Delaura, discípulo del obispo, a quien se encomienda exorcizar a la niña. De este encuentro nace una historia de amor imposible, prohibido y desgarrador.

EL FILME
Desde el primer cuadro, Del amor y otros demonios es un filme visualmente arrollador. La maestría del director de fotografía Marcelo Camorino, unida al preciso trabajo del director de arte Juan Carlos Acevedo, hacen de la visión de Hilda Hidalgo un filme con fotografía de ensueño. Contrastada como en los cuadros de Caravaggio, según ha relatado Camorino, la fotografía vive de los contrastes, de la luz y la sombra, de primerísimos planos en penumbra, de puntos focales que resplandecen como si fueran de otro mundo, en medio de la oscuridad que los circunda. Al sumarle la belleza de Cartagena de Indias como marco — con locaciones como el Palacio de la Inquisición, el Palacio del Marqués de Valdehoyos, el claustro San Pedro Claver, el Castillo San Felipe y la casa de Huéspedes Ilustres—, el ojo experto de Camorino no pudo sino regocijarse.

Contada más visualmente que con diálogos ―algo propio de la literatura de García Márquez―,  Hilda hurgó en los recodos de la novela y supo sacar su esencia. Sus imágenes, mágicas y silentes, nos transportan sin prisa hacia el interior de los protagonistas. Eso sí, Hidalgo dejó de lado la historia de los padres de Sierva María de todos los Ángeles, interesante en cuánto a mostrarnos las razones del comportamiento de la niña; “(…) creo que lo que nos parece demoníaco son las costumbres de los negros, que la niña ha aprendido por el abandono en que la tuvieron sus padres (…)”, dice en cierto momento de la novela y la película el padre Cayetano Delaura, uno de los protagonistas principales, interpretado extraordinariamente por Pablo Derqui, quien nos lleva por su viaje hacia el tormento del amor imposible, aunque correspondido.

Quizás, ese tema, hilo central de la obra literario, es el que me hizo falta. Y entiéndase que una película basada en un libro no tiene por qué ser una copia del original. Es (el filme), de todas formas, una obra completamente nueva, vista por un creador distinto de la obra originaria, y la supresión de ciertos pasajes, o el agregar otros elementos, no es ni bueno ni malo, es simplemente una decisión consciente del director y el guionista, en este caso de Hilda Hidalgo. Pero esto, al final de cuentas, es sólo un gusto personal que no demerita el filme en su totalidad.
“(…) La niña, hija de noble y plebeya, tuvo una infancia de expósita. La madre la odió desde que le dio de mamar por la única vez, y se negó a tenerla con ella por temor de matarla. Dominga de Adviento la amamantó, la bautizó en Cristo y la consagró a Olokun, una deidad yoruba de sexo incierto, cuyo rostro se presume tan temible que sólo se deja ver en sueños, y siempre con una máscara. Traspuesta en el patio de los esclavos Sierva María aprendió a bailar desde antes de hablar, aprendió tres lenguas africanas al mismo tiempo, a beber sangre de gallo en ayunas y a deslizarse por entre los cristianos sin ser vista ni sentida, como un ser inmaterial (…)”.

Sigamos. Hilda cuenta la historia desde la impávida mirada de Sierva María, con “su modo de ser era tan sigiloso que parecía una criatura invisible”. Eliza Triana, la niña que la interpreta, da vida a una Sierva María igualmente enigmática. “(…) “Vivía con el alma en un hilo desde que creyó descubrir en la hija una cierta condición fantasmal. Temblaba sólo de pensar en el instante en que miraba hacia atrás y se encontraba con los ojos inescrutables de la criatura lánguida de los tules vaporosos y la cabellera silvestre que ya le daba a las corvas. «Niña!», le gritaba, «te prohíbo que me mires así!» (…)”, se dice en un pasaje de la novela, cuando se habla de Bernarda Cabrera, madre de la niña e interpretada en el filme por Margarita Rosa de Francisco. Y así interpreta Triana a Sierva María, como una criatura invisible, de un blanco fantasmal, una especie de ángel silencioso que no sabe que con su sola mirada desata el amor y otros demonios. Y eso es justo lo que el personaje necesitaba. La fuerza desgarradora que se apodera del padre Cayetano Delaura, invencible incluso a los azotes y las oraciones, en contraste con los sutiles gestos de Sierva María, dan vida a un amor imposible.

Por otro lado, tenemos el conflicto religioso, encabezado por el propio Cayetano Delaura y su superior inmediato. “El obispo de la diócesis, don Toribio de Cáceres y Virtudes, alarmado con el escándalo público de los trastornos y desvaríos de Sierva María, le mandó al marqués un recado sin precisiones de causa, de fecha o de hora, lo cual fue interpretado como un indicio de suma urgencia. El marqués se sobrepuso a la incertidumbre y acudió el mismo día sin anunciarse”. Interpretado por Jordi Dauder, el filme gana cuando se le tiene en pantalla. Lo mismo sucede con Don Ygnacio de Alfaro y Dueñas, segundo marqués de Casalduero y señor del Darién, padre de Sierva María, a quien el actor Joaquín Climent da vida.

“(…) ‘Te hemos hecho venir’, dijo al marqués, ‘porque sabemos que estás necesitando de Dios y te haces el distraído’.
‘Pues muy mal lo has logrado’, dijo el obispo.
‘Es un secreto a gritos que tu pobre niña rueda por los suelos presa de convulsiones obscenas y ladrando en jerga de idólatras. ¿No son síntomas inequívocos de una posesión demoníaca?’
El marqués estaba espantado.
‘¿Qué quiere decir?’
‘Que entre las numerosas argucias del demonio es muy frecuente adoptar la apariencia de una enfermedad inmunda para introducirse en un cuerpo inocente’, dijo. ‘Y una vez dentro no hay poder humano capaz de hacerlo salir’.
‘Por fortuna’, concluyó, ‘aunque el cuerpo de tu niña sea irrecuperable, Dios nos ha dado los medios de salvar su alma’ (…). El diálogo anterior, presente tanto en el libro como en la cinta, evidencia fielmente lo que se cierne sobre Sierva María.

Otro de los personajes importante, el doctor Abrenuncio de Sa Pereira Cao (un sólido Damián Alcázar, uno de los grandes actores de nuestra región), a quien la iglesia desde siempre ha deseado quemar en la hoguera por no ser una oveja mansa, hace hincapié en el conflicto.
 
“(…) ‘Entre eso y las hechicerías de los negros no hay mucha diferencia’, dijo. ‘Y peor aún, porque los negros no pasan de sacrificar gallos a sus dioses, mientras que el Santo Oficio se complace descuartizando inocentes en el potro o asándolos vivos en espectáculo público’ (…)”.

Del amor y otros demonios es cine costarricense y colombiano; cine de nuestra región. Mal acostumbrados a las experiencias cinematográficas agridulces que emanan la mayoría de las veces de nuestro medio, Del amor y otros demonios nos hace soñar con una industria costarricense del cine sólida y boyante. No la pasemos por alto; Del amor y otros demonios lo maravillará.

 

Tomado de: www.vueltaenu.co.cr


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